Catalina Montes fue, y sigue siendo, el alma de la Fundación. Llamada a tomar sus riendas tras la inesperada muerte de Cristina en 1993 y de la mano de su hermana Pilar, quien ocupó la Tesorería desde el inicio de su andadura, dedicó todos sus esfuerzos a partir de ese momento a preservar y poner en valor el trabajo de Segundo y Santiago a través de una intensa actividad cultural desarrollada en Valladolid y de una profunda labor humanitaria que, infatigablemente, lideró hasta su desaparición, en abril de 2011.
Catedrática emérita del Departamento de Lengua y Literatura Norteamericana de la Universidad de Salamanca, Catalina, hablante de sajón antiguo, asentó sobre el pilar de la educación gran parte de las acciones de la Fundación y nunca se olvidó de los ancianos y las personas más necesitadas de las que, hasta su muerte, se había encargado Segundo.
Su imagen frágil, en apariencia, escondía a una mujer cuya labor ha sido equiparada por muchos de quienes la conocieron a la de su hermano Segundo y sus compañeros: su valentía para enfrentarse a las dificultades, su convicción y apuesta por los más pobres de entre los pobres y su infinita generosidad, además de su ternura y su decisión para afrontar retos, superar obstáculos y mediar en la resolución de conflictos, son sólo algunas de las virtudes que la adornaban.
Galardonada con el Premio Castilla y León 2005 de Valores Humanos, su camino profesional discurrió por la misma senda que el de sus hermanos y, de una brillantez académica excepcional, viajó por todo el mundo, realizó cientos de estudios, pronunció conferencias y dirigió multitud de tesis.
Su nombre está indiscutiblemente ligado al de las dos últimas décadas de historia de Morazán y su labor es muestra clara de que existen, aún en la más profunda de las oscuridades, personas capaces de cambiar el mundo.