Artista y luchadora, lo que inexorablemente la unía a sus dos hermanos, Cristina fue la promotora de la creación de la Fundación, aunque tiempo antes ya había colaborado activamente en la construcción de una guardería en Santa Tecla para los niños desplazados por la guerra y, posteriormente, de un taller para sus padres. Por ello, cuando los más de 8.000 refugiados de Colomoncagua llegaron, con las manos vacías, a Morazán, una tierra yerma, no dudó en desplazarse hasta la recién bautizada Ciudad Segundo Montes.
Sobre el terreno y aún con el conflicto bélico activo, proveyó a los repatriados de alimentos para el primer mes y garantizó los gastos de comida, ropa y medicinas de los ancianos, iniciativa que luego se convirtió en la Canasta Básica, uno de los proyectos humanitarios que la Fundación aún mantiene activo.
Su activismo, entusiasmo, tenacidad y capacidad de movilización le llevaron, a su vuelta, a organizar a su familia y amigos para hacer llegar ropa y calzado a los refugiados con quienes había trabajado Segundo y que, en su recuerdo, pusieron su nombre a un Grupo Escolar de unos 800 niños.
Cristina, quien eligió a los miembros del Patronato y redactó los Estatutos de la Fundación, editó los sonetos ‘Para después de mi muerte’ de Santiago (1989), a quien también dedicó su ‘Ofrenda floral’, una exposición de sus pinturas de flores que acompañó de sus poemas; tomó parte en el Homenaje que le dedicó el Ateneo de Madrid (1993) y copió y ordenó las cartas familiares de Segundo, publicadas como biografía en ‘La tierra que te mostraré’ (1992).